El goce femenino y elementos implicados con la violencia
El modelo de relaciones tradicionales, basado en el sistema patriarcal, estipula cómo ha de ser el vínculo entre hombre y mujer. En la medida en que estos mandatos de género están interiorizados, lo social deja su marca en lo individual, en lo psíquico y subjetivo, actuando como un ideal de masculinidad o feminidad. Ese vínculo tradicional se basa en el modelo romántico del amor basado en compartirlo todo, en una relación de sujeto —el hombre— a objeto —la mujer—. El hombre es el sujeto del poder, la potencia y la posesión sobre la mujer, con quien establece un vínculo de pareja, que es lo que le valida como hombre, sobre la que construye su idea de masculinidad. De forma complementaria, ella construye su feminidad en la pertenencia, en la dependencia del varón al que cuida y completa.
Este vínculo, que Chaumier (2006, p. 194) define «fusión, puede escribirse como 1+1 = 1, es en realidad complementariedad, es decir, ½ + ½ = 1. Esto significa que hay una amputación del ser humano: fuera de la pareja cada uno sólo vale la mitad, la persona se realiza cuando encuentra a su mitad».
El vínculo derivado de la fusión, o fusional, que aparece en el Renacimiento, se implantó plenamente entre las clases más populares con el Romanticismo del siglo XIX y cristalizó en el modelo de nuclearidad parsoniana basado en la complementariedad de roles sexuales. Fuera de esa complementariedad, el desarrollo personal y social de hombres y mujeres, niños y niñas, es incompleto para el modelo estructural funcionalista.
Y, si profundizo partiendo de la historia humana, opino que la domesticación de las mujeres se ha llevado a cabo a través de un aparato social sistemático que emplea mujeres como materia prima y las modela como producto. Este es un punto de interés, a través del cual se puede interpretar la anulación de la sexualidad femenina con la procreación. Desde aquí, el razonamiento de la opresión de la sexualidad femenina y el convertirla en un producto social.
Lamentablemente, la cultura ha estereotipado y asignado al varón el rol de responsabilidad sexual y a la mujer el papel de pura aceptación sexual. Estos roles representan a los hombres como lascivos, que enamoran a las hembras inocentes, pero agradecidas. Con esta herencia cultural e histórica, se han condenado las aptitudes naturales de ambos sexos, lo que ha contribuido a generar la necesidad de saber qué significado y función habría de tener el sexo en la vida.
Pero, si echamos la mirada hacia atrás, veremos que la historia cuenta que, en el nacimiento del patriarcado, podemos encontrar varias razones para la modificación tanto de la identidad como de la sexualidad femenina.
“El padre es una ficción jurídica y la madre un hecho físico.” El mismo Aristóteles observa que siempre cabe duda de que el niño sea suyo o de otro. El parecido puede no existir” Ese miedo ha sido suficiente para el planteamiento y la modificación, según las necesidades proyectadas “la natural” monogamia o dicho “destino” de la mujer.
Con el nuevo orden (el patriarcado), la madre necesita ser fecundada para ser alguien, es impotente sin la fuerza del varón. (el útero de Platón)(Que, por cierto, lo copió de otros pueblos más antiguos que conoció en sus largos viajes)
El derecho paterno fue el que decidió la monogamia en la mujer.
Creta es la tierra natal de los misterios y las religiones griegas y en ninguna parte tienen las diosas tanta influencia ni representan un papel más importante como mujeres que no esconden su sexualidad; basta con que nos acordemos de Afrodita. (Era una diosa fenicia nacida de la espuma del mar que levantaba la proa de los barcos fenicios)
En esa línea, los autores Masters y Johnson llegaron a profundizar y concluir que la función sexual es una interacción entre dos sistemas sexuales, el biofísico y el psicosocial, y que la diferencia de comportamiento de los dos sexos proviene de los valores propuestos por la sociedad. En este caso, a las mujeres se les permite sentir el romanticismo simbólico que acompaña a los impulsos sexuales, pero se frena o se etiqueta como censurable la expresión libre de la sexualidad.
Tanto antes como ahora, se aplica la idea de libertinaje o de la “chica mala” si la mujer decide adoptar una actitud libre. Las consecuencias de dicho comportamiento llevan a una mutación del impulso sexual y su desarrollo se reprime hasta convertirse en una disfunción. Los frutos de esto son la imposibilidad de que algunos hombres comprendan la inmensa necesidad de calor humano, de ternura, de identificación con sus parejas y la reciprocidad en la expresión de la sexualidad para funcionar eficazmente.
Si comparamos el cambio que se produjo en los roles al pasar del matriarcado al patriarcado, me parece reflejada la idea de la mutua necesidad de ambos de poder reconocerse cada uno con su sexo. “En los tiempos de la fuerza bruta, el hombre no se inclinaba ante nada, solamente ante el poder encantador inexplicable de la mujer.” En esa etapa las mujeres aparecen como establecedoras de orden ante la brutalidad de los hombres, establecen la disciplina como oráculo de sabiduría innata. Los guerreros aceptan esa situación porque la necesitan, es lo único ante lo que se doblega su fuerza salvaje.” En aquellos tiempos, la mujer aparece con una sublimidad y grandeza enigmática que luego pierde al limitar la actividad de su existencia a la vida servil.”. (J JBachofen / Derecho materno )
Si la mujer hace suya la idea del deber de satisfacer el hombre, impide su propia reacción sexual.
El fenómeno de la violencia de género como objeto socialmente construido, que forma parte de un orden social y al mismo tiempo lo construye, no destaca la posibilidad de haber sido configurado por la sociedad.
Interpretando las palabras de Espinosa, me permito pensar que la “violencia de género” y el maltrato es un miedo colectivo que tiene efectos, en parte reales, en parte imaginarios. Y como cualquier fenómeno no lo podemos estudiar como realidades aisladas en el espacio social, sino los significados que las personas les atribuyen a esas realidades y las formas que adoptan.
Milena Marinova, Sexóloga